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La gran explosión

Todos cuentan lo mismo: el cielo se volvió rojo. Huyeron a la playa en manadas, sin saber qué había pasado, hasta que empezaron a llegar los heridos tiñendo también de rojo las escaleras de mármol del Hospital Mora. Al principio pensaron que era el fin del mundo, que americanos y rusos se habían -por fin, como se esperaba- vuelto locos e intercambiaban bombas nucleares. Los barcos anclados en el muelle radiografiaban obsesivamente el mismo mensaje: ayuda, Cádiz está ardiendo. Sin luz, sin teléfono, sin telégrafo, sin esperanza. Pregúntale a cualquier viejo y te contará las mismas historias: el taxista que llevaba el brazo por fuera de la ventanilla y se quedó manco, la gente que se quedó tres días en la playa y no quería volver, como el médico de Manolete tiró todo el suero que suponía envenenado y que se había usado para las transfusiones del diestro (esta es falsa, porque Manolete murió 10 días después de la explosión), los bebés muertos en la Casa Cuna con las monjas y las cuidadoras, los que veraneaban todos los años en San Severiano y se salvaron porque la mujer de la casa estaba a punto de parir, el sordo que no oyó la explosión. Cómo Franco estuvo a punto de convertir la zona arrasada en base militar, cómo le escatimó el reconocimiento a los héroes. Y los héroes, y las víctimas y la sangre. Pero todos cuentan lo mismo: el cielo se volvió rojo. En 1947. En Cádiz.


Termópilas

Honor a aquellos que en sus vidas
se dieron por tarea el defender Termópilas.
Que del deber nunca se apartan;
justos y rectos en todas sus acciones,
pero también con piedad y clemencia;
generosos cuando son ricos, y cuando
son pobres, a su vez en lo pequeño generosos,
que ayudan igualmente en lo que pueden;
que siempre dicen la verdad,
aunque sin odio para los que mienten.

Y mayor honor les corresponde
cuando prevén (y muchos prevén)
que Efialtes ha de aparecer al fin,
y que finalmente los medos pasarán.


Sombras

Un verso oscuro, una palabra,
un sonido de amor universal completo,
amor que lleva hasta la muerte.
Palabras sobre héroes,
porque los poetas,
tratándose de un héroe,
tienen siempre la última palabra.

Y miedo el que nos trae
la remota posibililidad del hambre,
del rencor, de la prisión,
de la muerte miedo sí!
desde nuestro grito oscuro,
desde la concha del caracol,
las púas del erizo,
miedo desde mis versos y tú guitarra,
miedo porque pensamos.
Y después de pensar,
ser hombres significa,
desde ahora, ser guerrilleros de la libertad.
Y porque nos damos cuenta…. sí,
de qué no somos hombres,
sino sombras,
sombras que tienen la última palabra.

Carlos Portillo (a.k.a. el Profe) 1980


Lecciones de budismo instantáneo

En el siglo V adC ya nos avisaban que una de las causas del dolor es la separación del objeto amado. Y no se ofendan por lo de objeto, que traducir del sánscrito no es fácil.

Para pelearse con el dolor hay varias posibilidades. Algunos orientales, creyéndose estúpidos y sabiéndose sabios, o viceversa, dejan de amar para evitarlo y se convierten en samurais o en pokémones. Algunos occidentales, sabiéndose estúpidos y creyéndose sabios (o viceversa) incrementan el amor hasta que el dolor llega a límites insoportables, se convierten en romeos y julietas, y acaban suicidándose en una iglesia como ejemplo para futuras generaciones de amantes. O escriben tangos. O peor aún, boleros.

Yo, que me sé estúpido, me paso el día mirando la bandeja del correo y los mensajes del móvil, esperando esa palabra que no va a llegar. Cómo también me creo sabio, intento conformarme con lo que me queda de ti: el amanecer que no tuvimos y la salada infinitud del horizonte en tu mirada.


Cuento del mes de Julio de 2023


Acertijo veraniego

La distancia entre la ciudad de Guanajuato y Celaya es 100 kilómetros. Tu misión es llevar una carga de 1000 kilogramos de alfalfa de Guanajuato a Celaya con tu burrito, pero tienes dos problemas:
Tu burrito no camina a menos que esté comiendo todo el tiempo, 1 kilógramo de alfalfa por cada kilómetro que camina; tu burrito puede cargar un máximo de 100 kilogramos. Ahora la pregunta es si puedes llevar alguna cantidad (distinta de cero…) de alfalfa de la ciudad de Guanajuato a Celaya, y en caso que sí, ¿cuál es dicha cantidad máxima?

Cortesía del Centro de Investigaciones en Matemáticas (CIMAT) de Guanajuato, vía el Boletín de comunicación para los miembros del Colegio de Ingenieros Mecánicos, Electricistas y Electrónicos del Estado de Guanajuato, A.C. y del Colegio de Ingenieros Mecánicos Electricistas de Aguascalientes, AC..


La ciudad / Η Πόλις (Kavafis/Καβάφης)

Dijiste: Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón – como un cadáver – sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí
.

Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.

Είπες· «Θα πάγω σ’ άλλη γη, θα πάγω σ’ άλλη θάλασσα.
Μια πόλις άλλη θα βρεθεί καλλίτερη από αυτή.
Κάθε προσπάθεια μου μια καταδίκη είναι γραφτή·
κ’ είν’ η καρδιά μου — σαν νεκρός — θαμένη.
Ο νους μου ως πότε μες στον μαρασμόν αυτόν θα μένει.
Όπου το μάτι μου γυρίσω, όπου κι αν δω
ερείπια μαύρα της ζωής μου βλέπω εδώ,
που τόσα χρόνια πέρασα και ρήμαξα και χάλασα.»

Καινούριους τόπους δεν θα βρεις, δεν θάβρεις άλλες θάλασσες.
Η πόλις θα σε ακολουθεί. Στους δρόμους θα γυρνάς
τους ίδιους. Και στες γειτονιές τες ίδιες θα γερνάς·
και μες στα ίδια σπίτια αυτά θ’ ασπρίζεις.
Πάντα στην πόλι αυτή θα φθάνεις. Για τα αλλού — μη ελπίζεις—
δεν έχει πλοίο για σε, δεν έχει οδό.
Έτσι που τη ζωή σου ρήμαξες εδώ
στην κώχη τούτη την μικρή, σ’ όλην την γη την χάλασες.


Cambalache: La biblia y el calefón.

Me llega directamente desde la cuna porteña del tango a través de mi amiga L@dy el siguiente texto, presumiblemente apócrifo, sobre uno de los versos más extraños del hermoso tango que da nombre a esta vuestra bitácora:

Exacta, real, demostrable y creíble; parece mentira que jamás lo explicaran los miles de escribas, literatos e intelectualoides que dicen Estudiar el tango.

Sable sin remache se le llamaba a un gancho donde se colgaba el papel higiénico al lado del inodoro.

La Biblia y el Calefón; se habla de ello y la mayoría no sabe de que se trata: He aquí la historia de la vida cotidiana, que acontecía en la ciudad de Buenos Aires, no sé si en otros lugares pasaba o no, y que explica el porqué de la aparentemente surrealista asociación de la Biblia junto al calefón que aparece en el tango «Cambalache», cuyas letra y música fueron compuestas por Enrique Santos Discepolo en 1935.

La historia tiene relación con los servicios higiénicos, baños, la higiene personal y la forma de realizarla; y como no se me escapa que algunos lectores pueden ser muy jóvenes y puedan no haber conocido otro tipo de baños que los que se estila usar en la actualidad al menos en el mundo occidental y cristiano, voy a recordar primero un par de datos que considero necesario sean tenidos en cuenta.

Hasta finales del XIX se utilizaban bacinillas, también llamadas tazas de noche, cuyos contenidos eran arrojados por las ventanas al grito de agua va, y antes aun, letrinas que solían estar en los fondos de las casas.

En Buenos Aires, coexistieron bacinillas y letrinas hasta principios del siglo XX, época en que las familias acomodadas comenzaron a instalar baños.

Luego el uso de baños se generalizó y se empezó a construirlos en todas las viviendas, aún en las mas modestas. El sencillo «mini-ambiente» constaba al menos del retrete y lavabo y si los lujuriosos propietarios de casa gustaban de practicar la morisca costumbre de lavarse todo el cuerpo más o menos seguido, y si además tenían medios económicos suficientes como para costearse ese capricho, los baños también tenían una ducha.

Claro, si había una ducha era necesario calentar el agua, así al lado de la ducha se instalaba un Calefón.

Sin embargo, el papel higiénico tardó en obtener su carta de ciudadanía para poder trabajar en limpio en estas sucias tierras y aun cuando apareció era bastante caro y no estaba al alcance de todas las familias, las cuales se veían obligadas a utilizar para esos fines sanitarios el vulgar papel de diario o, en su defecto cualquier otro.

Por supuesto, eran muy estimados los papeles mas sedosos, así que los sufridos usuarios trataban de conseguir en las verdulerías y fruterías los papeles con los que venían envueltas las manzanas y otros productos del campo, algunos de estos soltaban tinta….

Otro muy apreciado era llamado el «papel Biblia», por ser esta especialmente delgado y suave.

Ahora bien, ya por entonces existía la Sociedad Bíblica , una de cuyas misiones parece ser la de difundir la Biblia Protestante , para lo cual regalaba ejemplares del sagrado libro, en la actualidad lo sigue haciendo.

Pues muchos de los habitantes de Buenos Aires deben de haber parecido devotos creyentes, ya que aceptaban de continuo esas «gentilezas», y que siendo mayoría la grey católica, lo mismo pasaban y retiraban la Bibliaprotestante tantas veces como sabían que la Sociedad las tenia en obsequio en las calles, plazas o en su sede central.

Sin embargo, cuentan los hombres dignos de fe (aunque Alá sabe mas) que quiénes obtenían esas Biblias, les perforaban una tapa y las colgaban en un gancho de alambre, (llamado sable sin remache) al lado del calefón, cerca del retrete, e iban arrancando las suaves hojas para usarlas como papel higiénico.

En este hecho se habría inspirado Enrique Santos Discepolo para decir con elegancia propia de un grande:
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
Y HERIDA POR UN SABLE SIN REMACHE,
VES LLORAR LA BIBLIA JUNTO A UN CALEFÓN


Océano Pacífico

Kamakura, 18-6-2007

Desde el punto de vista de un gaditano, el Océano Pacífico es el fin del mundo. De allí parecen regresar estos señores enchaquetados, maletín en ristre, el paso acompasado.

Quizás son de un pequeño pueblo costero y llevan años trabajando en la megalópolis y querían volver a los orígenes. O a lo mejor sólo querían, como yo, sentir la brisa marina. O no tenían nada que hacer hasta la hora de la cena más que llenarse los zapatos de arena.

Es la foto que más me gusta de ese día. Es la imagen de una historia de la que nunca conoceremos el final, como en las novelas japonesas. Me da sentimiento de lejanía y de proximidad a la vez. Todos los mares son el mismo mar. Sólo hay un mundo. Me encanta estar aquí y me va a encantar volver con mis amigos y con la gente a la que quiero.