La muerte es un ente racional, que no racionalizado. θάνατος, pensante y meditabundo, vaga indolente entre neuronas y circuitos integrados. La razón de la muerte es el amor. El amor a la muerte el argumento: θάνατος, desnudo y triste, piensa en sus víctimas –nosotros, sus discípulos– sin amor, con la implacable lógica del tiempo.
El amor es sentimiento en grado elevado de pureza. Εροσ, enmascarado y loco, enemigo de la Madre Muerte –posgenitora de todo lo perdurable–. El amor es la muerte de la Diosa Razón, de las razones y del raciocinio. El campo de batalla es la mente.
Siento dolor en mi cuerpo bajo las pisadas de los guerreros. Sus azagayas se pierden en cuerpos intangibles, hiriendo mis lágrimas. El dolor de la sed que nos lleva a renacer una y otra vez, la sed del deseo, de la existencia y de la inexistencia. El dolor del apego al placer, a las cosas amadas y a la unión con aquello que odiamos1.
El dolor impide el placer y causa el error. El error es confusión y llanto. Pero el placer me pertenece, es mío, mientras que el dolor es en mí. Este me separa y me aleja de él. Exijo el derecho de reivindicar mi placer. Si la causa del dolor es Εροσ, no es necesario quererlo, es preciso asesinarlo.
La ausencia de amor provoca desconcierto, apatía, ojeras y destemplanza. Síndrome de abstinencia. El amor crea hábito. Necesaria una buena dosis todos los días, un picotazo cada madrugada para soñar sin demonios. La eliminación del amor lleva a la enfermedad. Situación de dependencia: cadena, cárcel; castigo por habernos dejado atrapar en los cuentos de hadas, en chistes de chachas y soldados, en la deleznable poesía. Sentencia del vicio a la que el azar nos somete por haber espiado objetos eróticos, robado fetiches, quebrantado tabúes elementales de la imagen. Y la pena obtenida es la privación de la libertad.
Pero cualquiera de mis duendes os dirá que la libertad es tan sacra como todas las joyas de Ζεύς, como el rayo y como los vientos. Ni siquiera Εροσ, ni tan siquiera los dioses pueden insultarla con su presentuosa aquiescencia.
Dependencia y libertad se ensañan en mitológico combate. Cóncavas naves de negras quillas, estatuas de sal y el fuego no son sino máscaras menores de esta épica.
Más aún, la idealización mítica conduce a la belleza, al ideal, a la abstracción del sentimiento. Y el sentimiento es el peor entre los enemigos de θάνατος, nuestro padre, dios y guía, en quien empiezan y terminan todas las cosas que hemos aprendido.
1. Odiar es desamar a conciencia
PostData: Debería pedirte perdón por todas estas palabras, pero cuando las escribí aún no sabía que huirías tan lejos de mí cuando las supieras. Aún no sabía que te amaba.
Deja una respuesta