Hilario Camacho Velilla (Madrid, 8 de junio de 1948 – Ibíd., 16 de agosto de 2006)

¡Coño, Hilario! ¡Mira que morirte hoy!

Bueno. Así al menos te aseguras lo que nunca habías tenido, un hueco en los diarios, que para eso es Agosto y desde los altos el fuego de Palestina y Galicia hay pocas noticias. Pero, joder, me has amargado las vacaciones. Y mira que te aborrecí cuando todos mis amigos escuchaban tus canciones, cantaban tus canciones y hablaban de tus canciones a todas horas. Pero a mí también me gustaba Volar es para pájaros. Y ahora recuerdo a Inma, a Asun, al Pitufo. Los había olvidado. ¿Sabes que la que mejor cantaba tus canciones, la pequeñita morena de la voz de plata y la melena lacia larguísima se operó de nódulos y perdió la voz? ¿Sabías que su hermana se tiró al tren harta de drogas y de SIDA? Eres un cabrón, Hilario. Había olvidado esas historias.

Durante muchos años te perdimos la pista. Las pocas veces que conocíamos a alguien que se llamaba igual que tú, siempre decía alguien: como Hilario Camacho. Decían que el caballo te había podido, o que te habías ido a la India, o que te habías suicidado. ¡Yo que sé! Nunca lo supimos bien y supongo que tampoco nos interesaba demasiado. Pero nunca pasaba demasiado tiempo sin que alguien preguntara por ti, como si fueras un viejo amigo de la pandilla que se hubiera ido al extranjero. Hablábamos de ti más que de Enrique, ese tan listo que hizo Ingenieros y murió de leucemia a los pocos meses de nacer su hija. ¡Joder, Hilario! También había conseguido olvidarme de eso. Estoy empezando a hartarme de ti otra vez y todavía ni sabemos de qué te has muerto.

Reapareciste en nuestra vida hace un par de años cuando diste un concierto en la Sierra de Aracena. Fueron todos, menos yo. No me apetecía ese ejercicio de nostalgia inútil. Sigue sin apetecerme escuchar tus canciones, me pondría a llorar sin saber porqué. Tampoco te perdono eso. Y bueno, vaya año que llevamos. El flautista ya no espera en las puertas de la aurora y tu muerte nos hace innecesariamente viejos. Demasiado viejos. También había olvidado eso. ¡Coño, Hilario! Hay que joderse. ¡Mira que morirte hoy!