Poema de la esposa ausente
Rompe el silencio solemne de la vacía casa,
la dulce melodía de música en la radio;
la luz brilla, encendida solitaria,
en olvidado, vacío cuarto.
Rompe el silencio solemne de la vacía casa,
la dulce melodía de música en la radio;
la luz brilla, encendida solitaria,
en olvidado, vacío cuarto.
Ciertas mujeres no soportan mucho tiempo a los poetas,
los aman como ráfagas,
se encienden escolares, casi diría románticas;
en términos de caza puede afirmarse
que son presa fácil de las balas
porque las hipnotiza el reflector sobre los ojos
como dos golondrinas cansadas en mis hombros se posaron tus manos entonces creí por un momento que la música jamás acabaría pero estaba equivocado hizo frío y tus manos algo desengañadas casi llorosas emigraron
En la ira, siempre se asesinaba – indiferente – se arrojaba a las vías del metro – simulando desvanecimientos – y luego – me reprochaba – mi impotencia y mi ardor – mis ojos – mi sexo – las noches contigo – el alcohol – siempre.
Tus ojos son atractores extraños donde mi mirada se pierde en órbitas no periódicas.
Puede que el universo sea finito, pero mientras sigas mirándome así no podré creérmelo.
¿Amor compacto?
¡Jamás!
De tus caricias no quiero
extraer un recubrimiento finito.
Un verso oscuro, una palabra,
un sonido de amor universal completo,
amor que lleva hasta la muerte.
Palabras sobre héroes,
porque los poetas,
tratándose de un héroe,
tienen siempre la última palabra.
Y miedo el que nos trae
la remota posibililidad del hambre,
del rencor, de la prisión,
de la muerte miedo sí!
desde nuestro grito oscuro,
desde la concha del caracol,
las púas del erizo,
miedo desde mis versos y tú guitarra,
miedo porque pensamos.
Y después de pensar,
ser hombres significa,
desde ahora, ser guerrilleros de la libertad.
Y porque nos damos cuenta…. sí,
de qué no somos hombres,
sino sombras,
sombras que tienen la última palabra.
Carlos Portillo (a.k.a. el Profe) 1980
Dijiste: Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón – como un cadáver – sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí.
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.
Είπες· «Θα πάγω σ’ άλλη γη, θα πάγω σ’ άλλη θάλασσα.
Μια πόλις άλλη θα βρεθεί καλλίτερη από αυτή.
Κάθε προσπάθεια μου μια καταδίκη είναι γραφτή·
κ’ είν’ η καρδιά μου — σαν νεκρός — θαμένη.
Ο νους μου ως πότε μες στον μαρασμόν αυτόν θα μένει.
Όπου το μάτι μου γυρίσω, όπου κι αν δω
ερείπια μαύρα της ζωής μου βλέπω εδώ,
που τόσα χρόνια πέρασα και ρήμαξα και χάλασα.»
Καινούριους τόπους δεν θα βρεις, δεν θάβρεις άλλες θάλασσες.
Η πόλις θα σε ακολουθεί. Στους δρόμους θα γυρνάς
τους ίδιους. Και στες γειτονιές τες ίδιες θα γερνάς·
και μες στα ίδια σπίτια αυτά θ’ ασπρίζεις.
Πάντα στην πόλι αυτή θα φθάνεις. Για τα αλλού — μη ελπίζεις—
δεν έχει πλοίο για σε, δεν έχει οδό.
Έτσι που τη ζωή σου ρήμαξες εδώ
στην κώχη τούτη την μικρή, σ’ όλην την γη την χάλασες.
Δεν ελπίζω τίποτα.
Δε φοβάμαι τίποτα.
Είμαι λεύτερος
Epitafio de Nikos Kazantzakis (1883 – 1957) en Heraklion, Creta.
Me llevo tu sonrisa y tu mirada. Ven esta noche a buscarlas.
del libro El matemático del rey, de Juan Carlos Arce.