Historias mínimas I
- Dijiste que me querrías siempre
- Te mentí
Te pedí que te quedaras y que hiciéramos el amor. Tenías prisa, como siempre. Cogiste el maletín de tu portátil y te fuiste a tu importante reunión con una sonrisa amarga en los labios.
Dormí un rato. Me levanté. Salí al balcón a fumar un cigarrillo. Un avión cruzaba el cielo, demasiado bajo, demasiado rápido. Deberías haberte quedado conmigo.
En esta fecha. Como todos los años, desde hace 50, recito la máxima Fremen: Nunca perdonar, nunca olvidar.
La muerte es un ente racional, que no racionalizado. θάνατος, pensante y meditabundo, vaga indolente entre neuronas y circuitos integrados. La razón de la muerte es el amor. El amor a la muerte el argumento: θάνατος, desnudo y triste, piensa en sus víctimas –nosotros, sus discípulos– sin amor, con la implacable lógica del tiempo.
Tus ojos son atractores extraños donde mi mirada se pierde en órbitas no periódicas.
Este final no tiene sentido, decía el crítico anumérico de mi cuento enumerable
La ecuación diferencial de los tres cuerpos es irresoluble en la práctica, dice la Matemática.
Mi pareja piensa lo mismo.
Puede que el universo sea finito, pero mientras sigas mirándome así no podré creérmelo.
¿Amor compacto?
¡Jamás!
De tus caricias no quiero
extraer un recubrimiento finito.
En el siglo V adC ya nos avisaban que una de las causas del dolor es la separación del objeto amado. Y no se ofendan por lo de objeto, que traducir del sánscrito no es fácil.
Para pelearse con el dolor hay varias posibilidades. Algunos orientales, creyéndose estúpidos y sabiéndose sabios, o viceversa, dejan de amar para evitarlo y se convierten en samurais o en pokémones. Algunos occidentales, sabiéndose estúpidos y creyéndose sabios (o viceversa) incrementan el amor hasta que el dolor llega a límites insoportables, se convierten en romeos y julietas, y acaban suicidándose en una iglesia como ejemplo para futuras generaciones de amantes. O escriben tangos. O peor aún, boleros.
Yo, que me sé estúpido, me paso el día mirando la bandeja del correo y los mensajes del móvil, esperando esa palabra que no va a llegar. Cómo también me creo sabio, intento conformarme con lo que me queda de ti: el amanecer que no tuvimos y la salada infinitud del horizonte en tu mirada.
Cuento del mes de Julio de 2023
Desde el punto de vista de un gaditano, el Océano Pacífico es el fin del mundo. De allí parecen regresar estos señores enchaquetados, maletín en ristre, el paso acompasado.
Quizás son de un pequeño pueblo costero y llevan años trabajando en la megalópolis y querían volver a los orígenes. O a lo mejor sólo querían, como yo, sentir la brisa marina. O no tenían nada que hacer hasta la hora de la cena más que llenarse los zapatos de arena.
Es la foto que más me gusta de ese día. Es la imagen de una historia de la que nunca conoceremos el final, como en las novelas japonesas. Me da sentimiento de lejanía y de proximidad a la vez. Todos los mares son el mismo mar. Sólo hay un mundo. Me encanta estar aquí y me va a encantar volver con mis amigos y con la gente a la que quiero.
Por fin hay luz y ya se ve, mas no fue por mor de Dios: es por un gran bang que lo que no fue, ya es.
La luz que es el Sol es de gas, y del gas de su piel se da el ser. Tras el ser, el gen, un pez, tú, yo y él.
Con la voz un ser se ve a él y ve que el que no es él, es vil. Es el bien y el mal. De tal quid se dan el clan y la ley, mas no hay rey que dé la paz.
Y ya es hoy. El tren, el chip, la red, y ya sé por qué hay luz y por qué se ve.
Bender, en la lista Snark.
Mi patria son las calles Brasil y Muñoz Arenillas, concluyó el melenudo mientras apuraba el porro.
Ella era una estrella del rock and roll y yo,… bueno, yo era solamente su camello. ¿Qué otra cosa podía hacer? Toda la vida adorándola a distancia, entre risas, colocones y deudas. Por eso, cuando la discográfica decidió que sería beneficioso para su imagen que hiciera una cura de rehabilitación después del escándalo del Teatro Maestranza… ¿qué otra cosa podía hacer? La alejarían de mí, de mi mundo. Nunca más volvería a necesitarme. Nunca más volvería a sonreírme.
Organicé una fiesta de despedida, en la que no faltó de nada. Absolutamente de nada. De hecho, el speed llevaba algunas cosas más de la cuenta. Dime: ¿qué otra cosa podía hacer?
Era el principio de un sueño. Era el final del principio de un sueño. Íbamos a hacer una revolución diferente. No queríamos el poder, queríamos acabar con el Poder. Hacer el amor y no la guerra. Encontrar la playa que había debajo de los adoquines.
Solo una cosa no hay
y es el olvido
(J. L. Borges)
Despertó sin saber dónde estaba. Antes de abrir los ojos ya notó que no reposaba en su cama. Entreabrió los párpados y casi vio un techo rotundamente blanco. Sin sobresaltarse (viajaba mucho y no era una sensación extraña) intentó recordar. No pudo. Pensó en su nombre: Jaime. Saberlo lo tranquilizó. ¿Qué había hecho la noche anterior? Ni idea. Cumpleaños, lugar de nacimiento: sin problemas. Una humilde ciudad costera, hacía 29 años, 6 meses y 19 días. Se movió despacito e intentó incorporarse.
Id, viril Idrid: dirigid, insistid, dividid, imprimid vil iri; dirimid civil, difícil lid; infligid ministril crisis; fingid bilis, sífilis, tisis sin fin; vivid mil brindis, y … gris fin, dimitid.
Anonimo nos contó en Cambalache 3.14 que Màrius Serra en su libro Verbalia se lo atribuye a Albaigès