Otoño (1976)
como dos golondrinas cansadas en mis hombros se posaron tus manos entonces creí por un momento que la música jamás acabaría pero estaba equivocado hizo frío y tus manos algo desengañadas casi llorosas emigraron
como dos golondrinas cansadas en mis hombros se posaron tus manos entonces creí por un momento que la música jamás acabaría pero estaba equivocado hizo frío y tus manos algo desengañadas casi llorosas emigraron
Con los microprocesadores no se mantienen conversaciones. Les dices lo que tienen que hacer y luego contemplas impotente el desastre cuando te interpretan al pie de la letra
David Brin, Marea Estelar
50 años, Pinocho. Y parece que fue ayer. Hoy es de los días en que me gustaría ser cristiano para creer que ardes eternamente en el infierno, atormentado por la gloria de tus víctimas. Pero no. Te moriste tranquilamente en tu cama; huiste cobardemente de la justicia, haciéndote pasar por un enfermo; nos humillaste a todos (¡una vez más!) levantándote de la silla de ruedas que te había proporcionado la injusticia británica.
Te pedí que te quedaras y que hiciéramos el amor. Tenías prisa, como siempre. Cogiste el maletín de tu portátil y te fuiste a tu importante reunión con una sonrisa amarga en los labios.
Dormí un rato. Me levanté. Salí al balcón a fumar un cigarrillo. Un avión cruzaba el cielo, demasiado bajo, demasiado rápido. Deberías haberte quedado conmigo.
En esta fecha. Como todos los años, desde hace 50, recito la máxima Fremen: Nunca perdonar, nunca olvidar.
En la ira, siempre se asesinaba – indiferente – se arrojaba a las vías del metro – simulando desvanecimientos – y luego – me reprochaba – mi impotencia y mi ardor – mis ojos – mi sexo – las noches contigo – el alcohol – siempre.