La fortuna me la fabrico yo

Un día, la Niña de Gibraltar le dijo que tuviese cuidado con la fortuna que, a juzgar por su mano, no le ayudaría mucho. Corto Maltés se echó a reír.

– No te preocupes, madre –le dijo–, la fortuna me la fabrico yo.

Cogió una navaja de barbero y allí, sobre la palma de la mano, donde hubiera debido encontrarse la línea de la fortuna, trazó un surco profundo y sangriento.


Mi puerta sigue sonando de madrugada

Te has ido sin avisar, aunque ya sabíamos que te ibas. Pero siempre nos quedaba la esperanza de que esa batalla que tanto luchaste la pudieras ganar al final. Te has ido y se nos ha quedado la cara de tonto que se nos queda siempre a la hora de despedir a alguien que no queremos despedir. Te has ido y tus amigos (nuestros amigos) no me han avisado, quizás acogotados por la tristeza o ahogados por el llanto o simplemente con el despiste que siempre nos caracterizó a ti y a mí. 

Hemos estado años sin vernos y ahora te echo de menos más que antes.

Mi puerta sigue sonando de madrugada y estás en el fondo de cada caña de manzanilla.  Te has ido y no tengo palabras. Ni siquiera tengo lágrimas. 


Voy a ser igual que vosotros:

el trabajo, la familia, el televisor grande que te cagas, la lavadora, el coche, el equipo de compact disc y el abrelatas eléctrico, buena salud, colesterol bajo, seguro dental, hipoteca, piso piloto, ropa deportiva, traje de marca, bricolaje, teleconcursos, comida basura, niños, paseos por el parque, jornada de 9 a 5, jugar bien al golf, lavar el coche, jerséis elegantes, navidades en familia, planes de pensiones, desgravación fiscal… ir tirando mirando hacia adelante hasta el día en que la palmes.

Renton en Trainspotting


El sueño o la locura de Babbage

Volvemos al pasado después de nuestras incursiones en la computación ubicua (I y II). Nos situamos en la Inglaterra del siglo XIX. El Imperio Británico, al igual que las otras grandes potencias marítimas de la época, era un gran consumidor de tablas numéricas para la navegación, pero los errores tipográficos y los inevitables de los calculadores humanos provocaban incluso naufragios.

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¿Redundancia o casualidad?

Percibimos la redundancia como casualidad solo porque la mente ha captado dos o mas veces el mismo objeto de forma consciente en el momento en que nuestra atención estaba en disposición de hacerlo.

Cita extraída de Con Anuncio, la segunda parte de la trilogía altamente recomendable de Rosa Ribas.