En este día en que Discepolín hubiera cumplido 123 años y aunque el tango que enhebra el hilo argumental del siguiente relato no tiene nada que ver con D. Enrique, es un honor para esta bitácora presentar a ustedes en rigurosa primicia el siguiente relato de D. Carlos Marchese, amigo virtual en varias listas de tango a quien respetamos y seguimos desde hace tiempo. Bueno, no tan rigurosa, porque en la versión anterior de Cambalache ya lo presentamos hace 12 años.

EN EL SALÓN

El hombre se sienta a la mesa, junto a varios amigos (mujeres y hombres), todavía asombrado de estar allí, en esa milonga de barrio que está comenzando. Lo han casi arrastrado hasta ese lugar, en busca de distraerlo, de orientar su mirada hacia un nuevo paisaje de su vida.

Nunca se ha atrevido a bailar el tango en un salón; apenas se animaba a dar algunos pasos en fiestas familiares. Pero lo entusiasma presenciar ese desfile de parejas siguiendo el ritmo de la música, cada una con un estilo distinto, cada cual con un ropaje diferente, lo mismo que sus posturas y su diverso grado de elegancia y categoría danzante.

La velada está aún en su etapa de arranque, la gente buscando sus posiciones, serenamente, entre charlas amables y risas de ambiente divertido, mientras la música va subiendo lentamente su volumen.

De pronto, ingresa al recinto un joven que se destaca por sus movimientos nerviosos, su mirada agresiva y penetrante, abarcando todo el salón, seguramente en busca de alguna persona. Luego de unos minutos, visiblemente disgustado por no encontrarla, gira en sus talones y desaparece. Ése, a bailar no ha venido, le comenta uno de sus amigos. El hombre casi responde de inmediato Yo tampoco, pero algo suena en su interior que lo enmudece.

Él a bailar no ha venido, se repite a sí mismo, y recuerda esa frase como pasaje de un tango; se recuesta en el respaldo de su silla, concentrado, y con los ojos entrecerrados trata de memorizar:

A los conciertos que dan los fuelles,
protestadores, en sus gemidos,
se están luciendo con sus quebradas,
los compadrones en el lugar.

Es la descripción de un ámbito como ese en el que estaba, salvando algunas lógicas diferencias (se convence, tratando de continuar la recordación):

Y las chirusas endomingadas
en sus miradas tienen el brillo,
de la alegría que ha derramado
el tango rante y sentimental.

Abre los ojos, como para chequear con su vista: si bien no aplicaría el despreciativo «chirusa», efectivamente, las damas, «endomingadas», lucen su mejor vestimenta y maquillaje, y el brillo de sus miradas hace juego con sus zapatos de altísimos tacos. Vuelve a cerrar sus ojos, animado, y prosigue con la tarea revisora:

En medio del conventillo
se ha parado un compadrito,
que contempla de hito en hito
toda la gente en su excitación.

Nada le importa que allí se baile,
él a bailar no ha venido,
busca a aquella que lo ha herido
en medio del corazón.

Si bien el lugar no es un conventillo … ¡caramba!, además de localizar la frase que lo enlazó con el tema, también encuentra una cierta atadura con el presente: el joven nervioso, también buscaba a alguien entre el gentío, con cierta desesperación. A ver, continuemos, se autoalienta, mientras siente que al cerrar los ojos, el polaco Goyeneche le derrama en el oído, todo el dramatismo del relato:

Y cuando encuentra a la traicionera,
a la ladrona de su ilusión,
la mano crispa con ansia fiera
sobre la masa de su facón.

Y como un tigre sobre su presa
salta ligero y asesta un tajo,
que roja marca deja sangrando
y el tango muere en el bandoneón.

Y luego, sin darse prisa
apartando a los curiosos,
se retira receloso
ante un murmullo de admiración.

Pero apenas dio algunos pasos
se volvió y con arrebato,
les gritó de puro guapo:
“Me he cobrado su traición”

Por suerte, se dice, aquí el desenlace no ha sido ése (por lo menos, hasta ese momento); pero pudo haberlo sido. Probablemente, la dama buscada por el joven (el sosías del «guapo» del tango) se habría retirado con otro «guapo», y eso impidió una tragedia.

Todavía con los ojos entornados, su mente va y viene en la letra, la voz del Polaco y la orquesta de Stampone (como en cualquier ensueño, siempre hay algún detalle inverosímil, y es éste es el caso: que a Stampone lo pasen en una milonga).

Y entonces traza, para su propia sorpresa, un paralelo entre el escenario que está contemplando, ese tango que vino a su memoria caprichosamente, y la búsqueda inútil de la mujer amada que, en su propio caso, sabe que no encontrará aunque con todas sus fuerzas lo intente.

Es entonces cuando una voz desconocida, en una irrupción inesperada, le murmura en el otro oído:

Oiga, maeshtro. Me batieron que a su jermu se la portó un guapo muy pesado… pero no se bajonee, va a estar bien con él … y que le quede el consuelo que ése es el Capo, el más guapo de todos los guapos.

Conmovido, antes que pudiera abrir los ojos, como si el ensueño lo tuviera preso, el hombre alcanza a preguntar con timidez: ¿Y quién es ese guapo?…

Y mientras comienza a despertarse, asustado, aún alcanza a escuchar al fantasmal informante, quien le sopla lentamente, como para que mastique su tristeza:

Un tal Dios.

¿Qué te pasa muchacho? ¿Hablás solo ahora?; la pregunta es del amigo sorprendido, que lo rescata a la casi realidad.

Nada, Pedrito, quedáte tranqui, y se levanta, decidido a retirarse.

¿Y ahora, a dónde vas? le pregunta Pedro.

Voy a ver si encuentro a Dios …

Banda Sonora: Tango De puro guapo (1927). Música: Rafael Iriarte. Letra: Juan Carlos Fernández Díaz.