Un tailandés preguntó en el grupo de USENET soc.culture.spain (en 1994): ¿Cómo es Sevilla? Intenté responderle y me salió una respuesta bastante inútil. La encontré de nuevo entre los ficheros del disco duro hoy. Y me sorprendió (¿o no? ¿acaso Sevilla no es eterna?) ver que sigue siendo igual de inútil, igual de válida. La escribí a vuelapluma, pensando en algún día hacerle correcciones, pero nunca tengo tiempo o ganas. Aquí os la dejo, tal cual.
Asumid que tiene varias décadas y hay cosas que han cambiado y otras, desgraciadamente, no.
Difícil preguntas. Tantas Sevillas. Una (más de una) por cada sevillano, por cada no sevillano. ¿De qué Sevilla hablamos?
Sevilla amanece en MercaSevilla. Donde (a pesar de que el mar / los mares está(n) muy cerca) hay muy poco buen pescado y todo es rápidamente comprado por algunos restaurantes y unas pocas pescaderías. Dónde hombres rudos hablan entre palabrotas groseramente de las mujeres y muchas veces los espectadores no saben qué se está vendiendo cuando se compra la carga de un camión.
Sevilla atascada a las ocho. No se diferencia demasiado de cualquier otra ciudad, excepto en las buenas infraestructuras que dejó la Expo del 92. Con mucho más asfalto, más curvas de las necesarias, supongo que porque así la comisión era más elevada.
Sevilla de estudiantes que se acercan a los dispersos campus de la Universidad en bicicleta, por carriles-bici (pocos) mal señalizados e invadidos por motos, coches, camiones y peatones. A pesar de ello es un placer bicicletear por una ciudad invadida de zonas verdes (en su centro), y que durante quince días al año huele a azahar hasta emborracharte.
La ciudad del 30 por ciento de parados, del subempleo y de los negocios fáciles que se hacen entre amiguetes. La ciudad subvencionada por la Administración, donde las empresas que producen video no pueden trabajar en época preelectoral, pues casi su único cliente es la Junta y nadie quiere hacerle publicidad al que pierde el puesto.
Sevilla de listas de espera y colas en hospitales, donde para que te atiendan antes de que pasen meses o años tienes que entrar por urgencias, pero los médicos ya lo saben y a veces ni así lo consigues. A no ser que tengas un hermano / amigo / cuñado trabajando en el sitio adecuado.
Sevilla de los niños chillando en los colegios y de las maestras (y maestros) enseñándoles que cuando salgan al parque no deben jugar con las jeringuillas abandonadas.
Sevilla de las sevillanas y casetas de feria y del que no falte de ná, aunque de Feria a Semana Santa sólo haya huevos fritos y sopitas de avecrem en la mesa, pero cómo no vamos a no tener caseta este año, Pepe.
Sevilla cofrade, que pasea varales de plata y coronas de oro por barrios famélicos y permite salir como penitentes a adolescentes no bautizadas.
Sevilla barroca, con olor a incienso, gritos de guapa, guapa a las imágenes de las vírgenes y competencia entre ellas. Sevilla donde los fruteros se declaran ateos, pero eso sí, creo en la Macarena y que no me la toque nadie.
Sevilla a media tarde en el barrio de Santa Cruz, dejando pasar el tiempo sobre una copa de cognac, alucinando de lo bella que puede ser una pared encalada.
Sevilla de los artistas, donde las exposiciones se pagan en carne y se cobran a medias. Y de los artistas de verdad, que no se ven pero están.
Y una luz, y una giralda. Y colarse en los alcázares, esconderse en el laberinto para esperar a que cierren y poder jugar al ajedrez en sus jardines.
Y los atardeceres en Barqueta, pensando en que sólo falta el mar para ser feliz.
Sevilla de los poetas, Sevilla del río, Sevilla de la dársena y del puerto, Sevilla del Arenal y la torre del Oro, de los barcos llenos de turistas atronando los paseos mientras parejas de adolescentes se besan junto a yonquis fumando chinos de caballo.
Sevilla de litronas y bacalao. De adolescentes minifalderas con patines bajando de los polígonos al centro para ligar con adolescentes garufas con sudaderas X-files en gigantescas botellonas de pastilleros. Sevilla llena de mierda y vómitos y cristales a la mañana siguiente.
Bares de divorciadas a la busca de aventuras y garitos de homosexuales con prestigio y cuarto oscuro.
Sevilla de putas y travestis a quinientos el francés y de casitas blancas en las afueras, cubata a cinco mil en la barra, sólo se puede mirar, diez mil en el reservado y si quieres más tendrás que pagar más.
Sevilla de los no sevillanos, que somos pocos pero nos juntamos.
Sevilla desperdiciada, un millón de personas al sur del paralelo cuarenta y no hay empresas que produzcan. California de Europa sin dinero a la espera de los fondos FEDER.
Sevilla, sol y calor. Y poder tomar cervezas en la calle a las diez de una noche de diciembre.
Sevilla donde la conocí. Sevilla donde la perdí. Sevilla dónde la olvidé. Sevilla, dónde la encontré.
Sevilla de mi Alameda, dónde los árboles siguen sabiendo que hay estaciones.
Sevilla de mis amigos, que siempre están cuando los necesito, sin que tenga que pedírselo. Pero ninguno es sevillano.
Mi Sevilla, su Sevilla. Y la imagen de Sevilla, a la que Sevilla intenta parecerse y tantas veces supera.
¿De qué Sevilla estamos hablando ?
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