Solo una cosa no hay
y es el olvido
(J. L. Borges)

Despertó sin saber dónde estaba. Antes de abrir los ojos ya notó que no reposaba en su cama. Entreabrió los párpados y casi vio un techo rotundamente blanco. Sin sobresaltarse (viajaba mucho y no era una sensación extraña) intentó recordar. No pudo. Pensó en su nombre: Jaime. Saberlo lo tranquilizó. ¿Qué había hecho la noche anterior? Ni idea. Cumpleaños, lugar de nacimiento: sin problemas. Una humilde ciudad costera, hacía 29 años, 6 meses y 19 días. Se movió despacito e intentó incorporarse.

Oyó la voz de Claudio, su único hermano. “También lo recuerdo”, pensó.

–Mira, parece que ya despierta.

Movió los ojos en la dirección de la voz. Distinguió una sombra casi luminosa con la inconfundible silueta de su hermano menor. ¿Qué hacía Claudio en su dormitorio? O en El Dormitorio, fuera cual fuera.

–No te muevas, Jaime. Espera que llamo a la enfermera.

¿Enfermera? ¿Un hospital? ¿Un accidente? ¿Una operación? Un atisbo de miedo le recorrió los nervios.

–Todo ha salido bien.

¿Qué es lo que ha salido bien? Empezó a preocuparse. Repasó la fórmula de la integral por partes. Era su particular versión de “cuenta hasta diez antes de actuar”. Intento preguntarle a Claudio qué era exactamente lo que había salido bien, pero tenia la boca pastosa y no pudo emitir ningún sonido.

La enfermera llegó. Otra sombra blanca. Menos difusa. La visión iba enfocándose. La notó trastear con los aparatos… ¡Estaba conectado a aparatos! Luego enfocó sus pupilas con una pequeña linterna. El resplandor lo cegó.

–¿Cómo se encuentra?

Intentó hablar de nuevo

–Ag…ua.

–Aún no puede beber. Tendrá que esperar media hora, a que se pase un poco el efecto de la anestesia. El doctor vendrá en unos minutos y hablará con usted –dijo, mientras le pasaba una gasa húmeda por los labios.

¿Anestesia? Una operación, entonces. ¿Enfermedad o accidente? Maldita memoria… Tenía que haber sido algo grave. Hacía años que la mayor parte de las operaciones las realizaban bionanobots que generaban inhibidores neurológicos para impedir el dolor.

Intentó relajarse. No sentía dolor. La vista ya había enfocado y veía a su hermano sonriéndole, con una tranquilidad contagiosa. Repasó sus sentidos: oía perfectamente, podía oler el típico olor de hospital, una mezcla de desinfectantes químicos con un fondo de medicamentos. Movió los dedos de las manos y de los pies. Todos respondieron. No notaba ninguna sensación extraña en el cuerpo, ningún tirón o escozor en la piel. Pensó asustado en los genitales pero por lo que podía notar no había ningún problema. Acercó lentamente la mano derecha a su pene. Estaba en el lugar correcto, fláccido pero con sensaciones.

Miró a su hermano y le sonrió, pidiendo explicaciones con la mirada. Claudio acercó una silla y le cogió la mano.

–Bueno, ya pasó. ¿Ha sido fácil, no?

Vio reflejada en la cara de su hermano su expresión de incredulidad. Antes de que Claudio pudiera hablar, se oyeron unos pasos apresurados y entró un médico en la habitación. Echó un vistazo a las pantallas y se dirigió a su hermano:

–Estará un poco aturdido durante unas horas, pero eso es frecuente en las operaciones de olvido. Todo ha salido perfectamente. Éxito total. Ahora mismo, los bionanobots se están disolviendo. Podría irse a casa esta misma tarde, pero preferimos que se quede esta noche en un entorno controlado mientras se acostumbra a la nueva situación. En unos minutos lo subiremos a planta.

Jaime se sintió molesto porque el médico lo ignoraba. Quería que hablara con él. Como si fuera telépata, éste se volvió hacia él y siguió hablando.

–¿Se encuentra confuso, verdad? Es lo habitual. Cuando esté en planta me pasaré por su habitación y podrá preguntarme lo que quiera. Pero recuerde, hemos hecho lo que usted quería que hiciéramos. Esperamos que esté contento con el resultado. Nos vemos en un rato.

Con la misma celeridad que había entrado, se dio la vuelta y desapareció. Jaime se dio cuenta que había sido un perfecto monólogo: él no podía hablar aún con la boca seca, pero su hermano no había tenido ninguna oportunidad de meter baza en la conversación. Lo miró y se sonrieron. Seguro que Claudio estaba pensando lo mismo.

Así que una operación de olvido. Eso lo explicaba todo. Sabía que eran operaciones que se hacían rutinariamente desde hacía años y que eran de las pocas que seguían requiriendo anestesia general. Una anestesia muy potente, para que la red neurológica estuviera semiparalizada mientras los bionanobots hacían su trabajo de poda de recuerdos. ¿Qué sería lo que había querido olvidar? Empezó a repasar su vida, pero se encontraba muy cansado. Aliviado por el conocimiento de que no hubiera sido ni una enfermedad ni un accidente, cerró los ojos y cayó en suave duermevela.

***

Las operaciones de olvido (Amnesia Selectiva Inducida Artificialmente o ASIA) eran posibles gracias a dos de los grandes descubrimientos científicos del siglo XXI: el escáner cerebral completo y los bionanobots. Las técnicas de Ingeniería Biomédica habían avanzado en el segundo cuarto de siglo a una velocidad inimaginable unas decadas antes. Los estudios de Langa, Cera y Tononi sobre la conciencia, junto a las nuevas técnicas de imagen médica neurológica de González, Jiménez y King más el estudio de las sinapsis de Valley y Offbread habían conseguido una definición casi molecular del cerebro humano.

Por otro lado, la nanotecnología había conseguido construir sistemas de máquinas moleculares capaces de intervenir las células del cuerpo humano. La aplicación de las mismas a la cirugía revolucionó la medicina: las reparaciones vasculares se convirtieron en una rutina y las células cancerosas se eliminaban sin necesidad de tratamientos agresivos desde mediados de siglo.

Más difícil fue la actuación sobre el cerebro. Sin embargo, a partir de 2070 se pudo detener el deterioro debido al Alzheimer en fase temprana. Cincuenta años más tarde, se podía trabajar sobre recuerdos individuales y sólo era una cuestión de tiempo y de dinero la creación de un protocolo para amputar recuerdos relacionados con una situación, lugar, persona u objeto determinados. Para ello era necesario un estudio previo del escáner cerebral completo usando marcadores de radiofrecuencia, otro tipo de bionanobots. Una vez perfectamente establecidas las sinapsis responsables de los recuerdos, se programaban los bionanobots de poda. Estos eran unas máquinas moleculares con una estructura similar a la de los virus, pero sin capacidad de autoreplicación. Su “código genético” –basado en tetraedros de ARN con los nucleótidos modificados para que no pudieran interactuar con el código humano–sólo contenía las instrucciones de funcionamiento. No podían sobrevivir fuera del cerebro del enfermo para el que habían sido fabricados y se disolvían en unas horas. Se introducían con un nebulizador a través de la nariz y se dirigían directamente a las sinapsis que tenían que cortar y puentear.

Pensados en principio para atenuar o eliminar los traumas de víctimas de violaciones, abusos o secuestros, el mercado encontró pronto un hueco y las operaciones ASIA se hicieron relativamente frecuentes a partir de 2130. No sin las habituales algaradas por partes de las iglesias, de las sectas y de los movimientos naturalistas.

***

Jaime despertó en otro lugar. La luz era natural y estaba tamizada por unas cortinas de plasteno estampado. La habitación era mucho más agradable. La sequedad de boca había desaparecido. Supuso que había bebido agua sin ser consciente de ello mientras estaba semidormido. Se encontraba lúcido y tranquilo. Miró a su alrededor sin incorporarse. Claudio leía un artículo científico de su especialidad: Metafísica Cuántica. En papel. Un anacronismo de los suyos. Podía distinguir el reverso desde la cama y los inconfundibles gráficos del tema. O quizás fuera Mecánica Cuántica, pero en ese caso Claudio lo estaría consultando en su agenda. Era profesor en la Universidad Politécnica de Sevilla y un gran investigador. Estaba concentrado, con los labios fruncidos, posiblemente atascado en algún párrafo espeso.

No había nadie más. No tenía más parientes ¿POR QUÉ? y era muy posible que los amigos no hubieran recibido autorización para visitarlo tan pronto. O que no fuera hora de visita. ¿Qué hora era? Intentó calcularla por la luz, pero no tenía referencias. Última hora de la mañana o primera de la tarde. No quería interrumpir a Claudio. Éste hizo un gesto de desagrado y pasó página. Levantó los ojos.

–¡Hola!

Jaime sonrió. La presencia de su hermano siempre le tranquilizaba. Era un hombre calmado, alto, cuyo pelo rubio empezaba a clarear y un poco pasado de peso. Tenía unas manos grandes que movía pausada, pero continuamente.

–¿Cómo te encuentras?

–Bien

–¿Qué día es hoy?


“¡Qué pregunta más rara!”, pensó Jaime hasta darse cuenta que su hermano estaba sopesando el alcance de la operación y de la recuperación. Decidió engañarlo.

–Martes 13. Septiembre de 2163.

Claudio dio un respingo. Jaime sonrió ampliamente y los hombros de su hermano se relajaron.

–¡Mamón!

–Jeje. Si sólo he dormido un día, debería ser jueves, 5 de julio de 2164. Lo que no sé es la hora.

Un rápido vistazo a la agenda.

–Es casi la hora élite. Lástima que no podamos tomarnos una cerveza.

–¿Por qué no?

–Es un hospital.

–Pero tendrá cafetería.

–No creo que te dejen levantarte tan rápido, la anestesia, ya sabes…

–Me encuentro perfectamente.

La conversación fue interrumpida por una enfermera bajita que entró sigilosamente. Ambos hermanos la miraron con expectación.

–No me miren así, sólo vengo a comprobar las constantes.

–¿No están telemonitorizadas? –dijo Claudio.

–Por supuesto, pero el prestigio del hospital nos obliga que una enfermera se pase cada hora por las habitaciones. Tranquiliza a los acompañantes.

–¿Puedo tomarme una cervecita? –intervino Jaime.

–¿No prefiere usted un cubata? Servimos unos gintonics extraordinarios en esta planta. –le respondió la enfermera con una amplia sonrisa. –Mejor hable con el médico, es casi la hora de visita.

–Eso haré. –refunfuñó el paciente, mientras Claudio sonreía a la enfermera, que no le perdía ojo.

Jaime asistía divertido a la escena. Su hermano se enamoraba perdidamente todos los meses de la “mujer de su vida” y parecía que iba a intentar empezar una nueva historia. Quiso echarle una mano.

–¿Cómo se llama usted?

–Ángela.

–Como mi madre, –aprovechó el hermano la ocasión –un nombre muy adecuado para una enfermera.

Ángela sonrió. Claudio se quedó mirando su sonrisa, hipnotizado. Luego ella se dio la vuelta y salió de la habitación, mientras la mirada de Claudio la perseguía y Jaime miraba a Claudio, pensando “otra vez”.

Se fue quedando adormecido poco a poco. En duermevela, soñó con playas, budas gigantes y puestas de sol. Una palabra no se le iba de la cabeza: Aomori. Una ciudad japonesa, un puerto al norte de la isla de Honshu cuyo nombre significaba bosque azul. Estaba con alguien, pero no lograba recordar con quién.

Despertó inquieto. “Eso es lo que he querido olvidar”. Recapacitó: “No. He querido olvidar a alguien”.

Lo sobresaltó la entrada de Ángela en la habitación.

–No debería hacer eso todavía.

–¿El qué?

–Intentar recordar lo que ha olvidado.

–¿Cómo sabe que estaba haciendo eso?

–Cinco años en la planta de Bionanoneuro.

–Era una mujer…

–Dicen que siempre es una mujer, pero no es verdad. Si supiera lo que he visto olvidar…

–¿Dónde está Claudio?

–Ha ido a comer, como estaba usted dormido… –respondió Ángela demasiado rápidamente, mientras se sonrojaba.

Jaime sonrió. Al menos iba a estar entretenido con esos dos mientras estuviera en el Hospital. Ángela se acercó a la cabecera de la cama y manipuló brevemente el panel.

–Todo está bien. Seguramente mañana el Doctor Díaz—Moreno le dará el alta.

–Estupendo.

La enfermera sonrió (profesionalmente, pensó Jaime) y salió de la habitación. Jaime intentó dormir, pero los no-recuerdos le tenían obsesionado. Cenas con amigos (tenía amigos y los recordaba: Eva, Rafa, Manolo, Nieves…); viajes (Nueva York, Islandia, Marruecos, Praga…); el apartamento donde vivía sólo en el centro de la ciudad; su trabajo en la Universidad (soy matemático, pensó con alegría recordando satisfacciones pasadas que le había dado la investigación); un piso más grande, cerca del apartamento actual donde había vivido unos años con… ¿con quién?

Los huecos en los recuerdos no dolían. Todo encajaba perfectamente, pero en las escenas que imaginaba parecía haber una sombra en el límite del campo de visión. “Ángela me dijo que no debería hacer esto”, pensó. Pero no podía evitarlo. Buscar el fantasma.

Una mujer, sin duda. Mi mujer. Saboreó la pena que no sabía a qué era debida. Música de tangos muy antiguos. Puestas de sol. Una sensación de culpa indefinida.

Una llamada en la puerta le asustó y le hizo incorporarse. Se mareó un poco. Llevaba mucho tiempo tendido, decidió. Enfocó la vista y vio a dos mujeres aproximadamente de su edad, vestidas con ropas elegantes pero prácticas y baratas. Una de ellas le enseñó una placa.

–¿Jaime Rendón?

–Soy yo. ¿Qué desean?

–Sólo unas preguntas, –dijo la más joven –sabemos que acaba de salir de una operación y no le molestaremos mucho.

–¿De qué se trata?

Se removió inquieto en la cama, un poco azorado por estar con la bata ligera de hospital abierta por detrás delante de dos desconocidas.

–Angustias Toledo.

–No sé de qué me habla, disculpe. Aún estoy confuso por la anestesia.

–¿No se acuerda de Angustias? Fue su mujer durante cuatro años y ayer encontramos su cadáver.


Cuento del mes de Mayo de 2023