En Francia, Jacques LeFevrier quiso asegurarse de su muerte cuando intentó el suicido. Fue a la cima de un acantilado y se ató un nudo alrededor del cuello con una soga. Amarró el otro extremo de la soga a una roca grande. Bebió veneno y se incendió la ropa. Hasta trató de dispararse en el último momento. Saltó al precipicio y se disparó al mismo tiempo. La bala no lo tocó pero al pasar cortó la soga sobre él. Libre de la amenaza de ahorcarse, cayó al mar. El repentino zambullido en el agua extinguió las llamas y le hizo vomitar el veneno. Un pescador caritativo lo sacó del agua y lo llevó a un hospital, donde murió… de hipotermia.

Los premios Darwin se conceden a la mejora en la evolución de la especie a aquellos individuos que mueren haciendo estupideces. Se supone que no transmiten sus genes y eso nos beneficia a todos. La historia está extraída del extinto blog de Airon.