11-S: Ni la Diada, ni las torres gemelas
En esta fecha. Como todos los años, desde hace más de 50 ya, recito la máxima Fremen: Nunca perdonar, nunca olvidar.
En esta fecha. Como todos los años, desde hace más de 50 ya, recito la máxima Fremen: Nunca perdonar, nunca olvidar.
Te pedí que te quedaras y que hiciéramos el amor. Tenías prisa, como siempre. Cogiste el maletín de tu portátil y te fuiste a tu importante reunión con una sonrisa amarga en los labios.
Dormí un rato. Me levanté. Salí al balcón a fumar un cigarrillo. Un avión cruzaba el cielo, demasiado bajo, demasiado rápido. Deberías haberte quedado conmigo.
En este día en que Discepolín hubiera cumplido 123 años y aunque el tango que enhebra el hilo argumental del siguiente relato no tiene nada que ver con D. Enrique, es un honor para esta bitácora presentar a ustedes en rigurosa primicia el siguiente relato de D. Carlos Marchese, amigo virtual en varias listas de tango a quien respetamos y seguimos desde hace tiempo. Bueno, no tan rigurosa, porque en la versión anterior de Cambalache ya lo presentamos hace 12 años.
La ecuación diferencial de los tres cuerpos es irresoluble en la práctica, dice la Matemática. Mi pareja piensa lo mismo.
Tú estabas en Londres abortando el hijo que nunca tuvimos -aquí no se podía abortar legalmente, aunque se hacía en condiciones inhumanas-. No habíamos salido al extranjero. A ti te echaron las monjas del colegio y te mandaron a casa, pero te fuiste al Parque de los Príncipes a fumar porros. Yo estaba perdiendo al ajedrez cuando empezó a sonar la música militar en la radio del bar. A ti, que compartiste mi vida tantos años, aún no te conocía. Tú habías huido de mí y lo viste con la boca abierta y alucinada en una televisión australiana donde nunca daban noticias de España.
una llamada de teléfono, los comentarios de la parroquia, cuatro días de descanso, el capítulo siete del Quijote, filósofos que comparten sus pensamientos por nada, un mirlo a las seis, un regalo semianónimo, una estrella fugaz, una tumba prehistórica, y me envenenan los besos que voy dando, un beso de una niña y unas palabras, los amigos, las amigas, sus ojos, lo que tú sabes y nadie más, un tango, una canción, un sueño, una esperanza, lo que tira más que las maromas, una conversación, la puesta de sol sobre el Castillo de San Sebastián, los amaneceres en Barqueta, la otra Sevilla, mi Cai, despertar a tu lado, saber que me quieres – y creerme que no lo sabe nadie más-, el recuerdo de haber dormido contigo, lo que no puedo contarte, lo que te cuento todos los días, la canción que nunca canté, la novela que nunca escribí, ese cuento que le escribí a otra pero salió perfecto para ti, las conexiones ortogonales, 18 vértices de un grafo, la fiesta de corpus del Gastor, algo de física cuántica, los Upanishads, más de cien motivos, se me olvidó que te olvidé… a mí que nada se me olvida, el sol de medianoche, un viaje en autobús, el cuerno de oro, Atenas de violetas coronada, Praga nevada, Venecia sin ti, nuestro hotel en el jardín del Lido, el balcón de Julieta, la espaguetería que había a cien metros del balcón de Julieta, Europa en autoestop, más cuento que Calleja, el óctuple camino, el arte de la guerra, el aikido, el kamasutra, cosas que supe alguna vez, Laponia, Escocia, Creta, la isla del Algarve, el faro del Rompido, la lluvia de estrellas, y sin embargo… de cuando en cuando,… merece la pena.
Y además: Γαλαχιδι, una habitación sin vistas, tu mano en mi mano, una pluma que me recuerda a ti, actrices de teatro, viejos roqueros, moteros de pueblo, comidas de diseño que están buenas, conversaciones a la puesta de sol, amigas que son madres, amigos nuevos, amigos que lo siguen siendo, los países que aún no vi pero iré, tu recuerdo, tu amor sempiterno y otras cosas que no debo contar.
Te has ido sin avisar, aunque ya sabíamos que te ibas. Pero siempre nos quedaba la esperanza de que esa batalla que tanto luchaste la pudieras ganar al final. Te has ido y se nos ha quedado la cara de tonto que se nos queda siempre a la hora de despedir a alguien que no queremos despedir. Te has ido y tus amigos (nuestros amigos) no me han avisado, quizás acogotados por la tristeza o ahogados por el llanto o simplemente con el despiste que siempre nos caracterizó a ti y a mí.
Hemos estado años sin vernos y ahora te echo de menos más que antes.
Mi puerta sigue sonando de madrugada y estás en el fondo de cada caña de manzanilla. Te has ido y no tengo palabras. Ni siquiera tengo lágrimas.
Cuento del mes de Enero de 2023
Ahora que estoy hundido, puedo decirte tantas cosas. Ahora que me siento triste, que estoy vencido. Ahora que he perdido todo lo que nunca tuve, montón inerte de maquinaria inmóvil, náufrago vomitado por la nieve.
Mordor, ya viejo, miró a su hijo con ojos desconsolados. Pensó cuán distintos eran, a pesar del parecido. Y cómo su hijo había derrochado la fortuna que él había construido desde la cuna, desde la nada. El clon miró a su padre agonizante. Él tampoco lo entendía.
Cuento del mes de Noviembre de 2023
La música dio color a mi vida. Quitó el frío de mis manos (y de tu alma). Me hizo soportar tu pérdida. Me hizo olvidar tu adiós. Me dio amigos. Y bares, y alcohol. Y sexo con turistas deseosas de una aventura. Me dio jazz y blues. Me dio años.

La muerte es un ente racional, que no racionalizado. θάνατος, pensante y meditabundo, vaga indolente entre neuronas y circuitos integrados. La razón de la muerte es el amor. El amor a la muerte el argumento: θάνατος, desnudo y triste, piensa en sus víctimas –nosotros, sus discípulos– sin amor, con la implacable lógica del tiempo.
Tus ojos son atractores extraños donde mi mirada se pierde en órbitas no periódicas.
Este final no tiene sentido, decía el crítico anumérico de mi cuento enumerable
La ecuación diferencial de los tres cuerpos es irresoluble en la práctica, dice la Matemática.
Mi pareja piensa lo mismo.
Puede que el universo sea finito, pero mientras sigas mirándome así no podré creérmelo.
¿Amor compacto?
¡Jamás!
De tus caricias no quiero
extraer un recubrimiento finito.