Mi patria son las calles Brasil y Muñoz Arenillas, concluyó el melenudo mientras apuraba el porro.

General Muñoz Arenillas, le espetó desganadamente el facha. Los otros tres, con pintas diversas, le miraron pensando que siempre erraba los blancos. Hubieran esperado una defensa enfervorizada del amor a la Patria, con mayúsculas. Así la discusión les hubiera sacado un rato del aburrimiento.

El silencio cayó sobre ellos mientras el hachís hacía su efecto. La tarde caía y, sin decirse una palabra, se dirigieron de mutuo acuerdo a la playa a ver la puesta de sol. A pesar de su juventud, eran muchos años juntos y no necesitaban casi hablarse. Se conocían de memoria.

Aunque no era necesario, saltaron la valla del orfanato en lugar de ir por la calle de las casitas bajas. El levante levantaba la arena del pedregoso campo de fútbol que siempre estaba vacío. Saltaron la otra valla apartando el seto y salieron a la ancha acera, desierta a esas horas de la primavera. Cruzaron la calle sin mirar. No pasaban coches. Rodearon las casetas para apalancarse detrás de una barca y liar otro porro.

No hay otro lugar como éste, volvió a hablar el melenudo. Un coro suave de gruñidos asintió. El sol caía perezoso sobre el Atlántico. La tarde se volvió naranja, rosa y morada. Otra tarde más.

Este fin de semana volví. La multitud invadía bares y restaurantes en los bajos comerciales de los edificios de doce pisos. Los neones estaban encendidos aunque aún faltaba una hora para el ocaso. Los coches se abrían paso a bocinazos. Un mercadillo de productos orientales de bajo precio y tallas africanas ocupaba la acera y entorpecía el paseo. La patria del melenudo parecía algo tan utópico y lejano como la inutilidad de amar a cualquier otra patria.

Cuento publicado en el número de Primavera 2021 del TeVEo.

Cuento del mes de Junio de 2023